jueves, 23 de abril de 2015

¡Tengo mucho que aprender!

Imagen

1. APRENDER A CONOCERME para saber que soy único, reconocer lo que siento, expresar mis sentimientos y entender los de los demás.
2. APRENDER A CONTROLAR MIS EMOCIONES para ser más reflexivo y menos impulsivo, para ser responsable y resolver mis problemas.
3. APRENDER QUE PUEDO HACER MUCHAS COSAS BIEN y que otras me llevarán más tiempo; aprender a pedir ayuda y ayudar a otros; aprender a respetar a los demás y a pedir que me respeten.
4. APRENDER A COMUNICARME CON LOS DEMÁS para que sepan lo que pienso, lo que quiero y entender lo que ellos sienten y quieren. ¡Seguro que tenemos mucho en común!
5. APRENDER A ESCUCHAR a los demás porque son tan importantes como yo.
6. APRENDER A DECIR QUE NO porque todos no somos exactamente iguales y tenemos que desear las mismas cosas.
7. APRENDER A NO ESTAR DE ACUERDO SIN ENFADARSE porque los problemas tienen solución, sólo hay que buscarla.
8. APRENDER A ESTAR ALEGRE porque siempre hay alguna razón para estarlo, e incluso de lo negativo siempre se aprende algo bueno.
9. ¡APRENDER A SENTIR, A PENSAR…! ¡APRENDER A VIVIR!

Creo que todo profesor debe cumplir estos nueve principios y no sólo los profesores, sino todo el mundo, si la sociedad buscara mejorar día a día e intentar cumplir cada uno de estos principios viviríamos en un mundo mucho más alegre donde reinaría la paz y la justicia. Sé que es complicado cumplirlos todos porque se nos puede dar muy bien uno y otro un poco peor, pero es por ello que debemos buscar la mejora de los que se nos dan peor para así ir mejorando como persona, y por tanto sentirnos mejor con nosotros mismos.  

¿Evaluación justa?




En esta imagen aparecen animales de diferentes medios terrestres, es por ello que me sugiere una gran injusticia, ya que no se puede evaluar a todos los animales de la misma manera sabiendo que unos evidentemente podrán llegar a lograrlo fácilmente y que otros, por diferentes motivos no pueden llegar a la meta.
Lo mismo ocurre en la escuela, no todos los niños tienen las mismas habilidades para hacer todas las cosas y debemos buscar el método más justo para que de ésta forma todos los niños tengan las mismas oportunidades. Es por todo ello, que no podemos obviar las diferencias que tiene cada persona, y debemos intentar potenciar lo que se le da bien a cada niño
También es importante que busquemos un método de evaluación justo y que no nos basemos en el examen como único método de evaluación, ya que hay diversas oportunidades para utilizar como forma de evaluación que son mucho más justas que ésta última.
Para que la evaluación realmente sea justa se debe tener claro de dónde parten los alumnos para de ésta forma se pueda evaluar lo aprendido desde el punto de partida.
Es importante mencionar que no me parece justo el examen como método de evaluación ya que cuando nos dicen que tenemos examen en ese momento deja de interesarnos la asignatura y sólo comienza a importarnos el examen. Vamos a clase en vez de para aprender, para ver si ese día el profesor dice algo que entre o no entre en el examen. Además es cierto que éste método provoca en los alumnos un gran carga, estrés, nervios y sobre todo presión. También me parece un método injusto porque no es justo tener que jugarte la nota de una asignatura en un examen porque puedes no tener un buen día y eso no significa que no te hayas estudiado los contenidos de dicho examen. Lo que ocurre también es que los exámenes en la mayoría de las ocasiones no demuestran que hayas aprendido, en todo caso habrás estudiado... esto es lo que provoca lo que María Acaso denomina como educación bulímica en su libro titulado "Las educación artística no son manualidades". La educación bulímica es aquella que está basada en estudiar para un examen, llegar al examen, vomitar lo aprendido y hasta ahí llegaron los contenidos del examen, por lo tanto, dicha educación no produce aprendizaje por lo que no es efectiva.

Comentarios del texto: "El zapato perdido"-Pablo Gentilini

En este texto vemos reflejadas varias ideas: 
Como idea principal es la generosidad y la agudeza que demuestra la sociedad ante un hecho tan simple como es la pérdida de un zapato, pero también es cierto que como comenta el autor existe una gran incongruencia en este hecho, y es que, llama la atención que en un lugar en el cual la gente está acostumbrada a ver niños descalzos continuamente resulta relevante que constantemente le estén preguntando a la madre por el paradero del zapato de su hijo, sólo por el simple hecho de ser de clase media. 
Y es que hoy en día no parece interesarnos mirar más allá de nuestro alrededor, el motivo de este hecho quizás nos sentimos mal al ver la pobreza que hay en el mundo, pero si esto fuera así, haríamos todo lo que pudiéramos por remediarlo otro motivo puede ser que quizás prefiramos vivir en nuestro “mundo perfecto” (aunque esto también habría que verlo) sin pensar en aquello que vaya un poco más allá de nuestra vida. 
Hoy en día, esta situación no solamente se da en Río de Janeiro, también se da en numerosas partes del mundo. 
Cuando pensamos en pobreza rápidamente nuestra mente se traslada a África y nos imaginamos a niños de piel morena delgados muertos de hambre. Pero una vez más parece que nos equivocamos, todo esto es cierto, pero al pensar en pobreza no tenemos que alejarnos tanto de nuestra realidad más cercana, porque cuando pensemos en un pobre podemos también pensar en aquellas personas que se han quedado en paro y no tienen nada para llevarse a la boca, o aquellas personas que en cuestión de días se han visto obligadas a dormir bajo un puente. 
Creo que esta concepción de pobreza cambia a través de un impacto fuerte con la realidad. Y que todo el mundo debería probar en alguna ocasión. Sólo si la gente lucha por conocer esta pobreza conseguiremos transforman esta sociedad en una humilde en la cual las personas sean capaces de anteponer los intereses de otras personas a los suyos. 
Creo que también es muy importante que la gente sea consciente y valore todo lo que tiene. Ya que vivimos en una sociedad consumista, en la cual para sacar una sonrisa muchas veces tiene que haber una marca por medio, ya que lo creamos o no, el dinero no da la felicidad, aunque mucha gente se encabezone con ello. 
Tampoco me parece justo que hasta que no vemos los problemas venir no nos paramos a pensar cómo se tiene que sentir la gente que día a día tiene que vivir con ello. Con esto me refiero a un hecho más o menos actual como ha sido la llegada del ébola España. A esto me refería cuando hablaba de choque con la realidad, hasta que no nos vemos en peligro no sentimos empatía hacia las millones de familias que día a día pierden miembros por culpa de esta enfermedad, pero claro, no pasa nada… como están lejos… ahora cuando está cerca no nos hace tanta gracia y en ese momento es cuando realmente nos dan pena los pobre de áfrica… pero una vez que parece que el problema ya no está en España… ¿nos acordamos de los que hace semanas nos daban tanta pena y siguen teniendo el problema? 
Otra cosa que nos plante el autor de éste texto es sobre la sociedad en la cual iba a vivir su hijo en un futuro… y sí, si no se produce el impacto con la realidad, seguramente vivirá en una sociedad en la que un enchufe vale más que estar bien cualificado, en la que gastar es el centro de nuestra vida, que nos creemos más lo que nos cuenta la presentadora de Gran Hermano que nuestros propios amigos, una sociedad en la cual aparentar es el centro de nuestra vida, una sociedad en la cual se valora más el dinero que en un futuro ganarás que la propia vocación. 
Está en nuestra mano estar condicionados o no… cada uno que elija lo que quiera… todos sabemos qué es lo mejor.


El zapato perdido- Pablo Gentilini



ImagenImagen

Aquella mañana decidí salir con Mateo, mi pequeño hijo, a hacer unas compras. Las necesidades familiares eran, como casi siempre: pañales, disquetes, el último libro de Ana Miranda y algunas botellas de vino argentino difíciles de encontrar a buen precio en Río de Janeiro. Luego de algunas cuadras, Teo se durmió plácidamente en su cochecito. Mientras él soñaba con alguna cosa probablemente mágica, percibí que uno de sus zapatos estaba desatado y casi cayendo. Decidí sacárselo para evitar que, en un descuido, se perdiera.  
Poco segundo después una elegante señora, me alertó: “¡cuidado!, su hijo perdió un zapatito”, “Gracias-respondí. Pero yo se lo saqué”. Algunos metros más adelante, el portero de un edificio de garaje, de sonrisa tímida y palabra corta, movió su cabeza en dirección al pie de Mateo, diciendo en tono grave: “el zapato”. Levantando el dedo pulgar en señal de agradecimiento, continué mi camino. Antes de llegar al supermercado, doblando la esquina de la Avenida Nossa Senhora de Copacabana y Rainha, me encontré con Elizabeth, una surfista, igualmente preocupada con el destino del zapato. 
En el supermercado, las llamadas de atención continuaron. La supuesta pérdida del zapato de Mateo no dejaba de generar diferentes muestras de solidaridad y alerta. 
Llegando a nuestro departamento, Joao, el portero, haciendo gala de su habitual exageración, gritó despertando al niño: ¡Mateo! Tu papá perdió de nuevo el zapato”. 
El sol tornaba aquella mañana especialmente brillante. La preocupación de las personas con el paradero del zapato de mi hijo, aunque insistente, le brindaba un toque solidario que la hacía más alegro o, al menos, fraternal. Sin embargo, una vez a resguardo de las llamadas de atención, comenzó a invadirme una incómoda sensación de malestar. 
Río de Janeiro es, como cualquier gran metrópoli latinoamericana, un territorio de profundos contrastes, donde el lujo y la miseria conviven de forma no siempre armoniosa. Mi desazón era, quizás, injustificada: ¿qué hace del pie descalzo de un niño de clase media motivo de atención y circunstancial preocupación en una ciudad con centenas de chicos descalzos, brutalmente descalzos? ¿Por qué, en una ciudad con decenas de familias viviendo a la intemperie, el pié superficialmente descalzo de Mateo llamaba más la atención que otros pies cuya ausencia de zapatos es la marca inocultable de la barbarie que supone negar los más elementales derechos humanos a millares de individuos? 
La pregunta me parecía trivial. Sin embargo, poco a poco, fui percibiendo que aquel acontecimiento encerraba algunas de las cuestiones centrales sobre las nuevas (y no tan nuevas) formas de exclusión social y educativa vividas hoy en América Latina. Y esta sensación, lejos de tranquilizarme, me perturbó todavía más.  
Aquella mañana, el sol tenía un brillo especial. Quizás lo fuera por la risa de Mateo que, ya despierto, me invitaba a revolearme con él, a morderlo, a besarlo, a cantar. 
Traté de imaginar qué tipo de sociedad iba a tener la suerte (o la desgracia) de conocer. No lo sé… Espero que sea una que le permita distinguir la diferencia entre dos pies descalzos, y a sentir vergüenza al descubrir que, muchas veces, sólo somos capaces de percibir la existencia de aquel que supuestamente perdió el zapato.